Conversar con una misma

Hoy por la mañana, mientras esperaba que el café negro hiciera efecto en mí (y con la secreta esperanza de que la cordura y lucidez se apiadaran de esta pobre mortal), conversaba conmigo misma. Esta es una tranca que tengo desde hace mucho tiempo, mi abuela siempre me decía: “tu problema es que hablas mucho y piensas poco”. Y ahora le doy la razón, en vez de decir “estuve pensando”, solito se me sale el “estuve conversando conmigo misma”. ¡Después de tantos años vengo a coincidir con ella!

El problema de las conversaciones que entablo conmigo misma, sobre todos las matutinas como esta, es que no me exijo mucho, son temas bastante simples y con pocas pretensiones (esto se los digo a modo explicativo, para que no se entusiasmen con contenidos profundos y luego se decepcionen). Bueno, mejor me enfoco en el asunto antes que pierda el hilo. Decía que mientras sostenía este diálogo interno volvió a surgir en mí la interrogante que otras veces me ha rondado: ¿quién o qué había sido yo en mi vida pasada? En el caso hipotético que existieran vidas anteriores a ésta, claro está.

Estoy segura de que debo haber sido una mujer con una profesión poco honesta (y no me refiero a política, prefiero aclararlo para evitar cuestionamientos), un trabajo mal considerado, con mala reputación y que definitivamente se llevaba a cabo por las noches. No me explico de otro modo esta costumbre tan propia en mí con la cual debo luchar permanentemente. Por un tiempo y con mucho esfuerzo intento cambiarla, pero luego vuelve como un hábito adquirido y grabado en el inconsciente. Es que puedo estar muy cansada durante el día, al punto de arrastrarme por las paredes; sin embargo, comienza a bajar el sol y ya por la tarde noche, por así decir, me viene una lucidez nunca antes vista, me lleno de vida, si hasta llego a ponerme simpática. En esas horas sale toda la “chispeza” que tengo dentro, como diría el Gary. Es como si no quisiera aceptar que se terminó el día, siempre creo que puedo hacer más cosas, me pongo productiva, eficiente  y la energía… bueno, ¡energía a toda prueba!

Esta costumbre, que de acuerdo a mi teoría debe haber sido una magnifica aptitud en mi vida pasada, en la actualidad me ha acarreado muchísimos problemas. Despertar por las mañanas se vuelve una completa tortura. Me levanto, es cierto, y reacciono, un poco, pero sólo a los estímulos básicos. Como que lo hago todo de oído, en piloto automático. No puedo tomar decisiones importantes antes de mediodía ni responder preguntas comprometedoras que exijan algo de sensatez. Y que no me toquen temas complicados porque las respuestas serán carentes de cordura, y mi sensibilidad a los sonidos circundantes los siento francamente insoportables.

No es que la vida me guste lenta por las mañanas, pero necesito ganar tiempo para recobrar algo de juicio y lograr tomar el ritmo del día. Tengo la necesidad imperiosa de dormir, pero también lo considero una pérdida de tiempo. Cómo admiro a la gente que con poquito tiene, duermen unas horas y quedan como nuevos. Por eso siempre han sido mis héroes aquellos que se levantan y quedan despiertos al mismo tiempo. Es un verdadero don. Para mí, es simplemente, magia. Me saco el sombrero ante los panaderos, las personas que reparten niños al colegio, quienes entregan el diario y los profesores. Bueno los profesores son súper héroes.

Sin embargo he aprendido a ver el lado bueno de las cosas, tengo esta necesidad de dormir más porque soy “una chica joven”. Según los últimos estudios, los adultos, a medida que avanzan en años, van necesitando dormir menos para sentirse bien. De ser cierto este estudio yo estaría entrando como en la adolescencia, mi necesidad de sueño es alta y de una profundidad propia en un lactante.

Como ven, lo maravilloso es entender y aceptar que somos todos diferentes y que nos necesitamos para funcionar. ¿Que serían las noches sin búhos, o al contrario, los amaneceres sin un café negro que nos haga conversar con nosotros mismos?

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