Hay días en que definitivamente uno debía seguir su instinto…
El Jueves fue uno de esos días en que todo me decía que me quedará en casa y no saliera, sin embargo el maldito optimismo que te dice que puedes revertir esta situación, es más fuerte y continúas doblándole la mano a la intuición.
Por ser jueves, día de supermercado, salí a buscar a mi mamá, no sin antes perder media hora buscando las llaves del auto que simplemente se las había tragado la tierra, finalmente asumí la pérdida, al menos hasta mi regreso, saqué las llaves de repuesto y partí. En el camino paso por una rotonda pequeñita que está en Bilbao con Tomás Moro. Justo cuando me detengo, veo pasar un perro lanudo y blanco, más bien gris, color pavimento y fue precisamente su color el que me llamó la atención, porque como conductor, en un día nublado y medio lluvioso, la posibilidad de verlo era casi nula.
Quise avisarle a mi mamá por celular que ya estaba por llegar para que bajara de su departamento a esperarme, y fue ahí que me di cuenta que el celular lo había dejado en la casa, junto con la lista del supermercado.
Cuando íbamos de regreso a recuperar mis “olvidos”, en la misma rotonda, veo cruzar la calle al mismo perro, esta vez en dirección opuesta. Me imaginé incluso qua lo habían mandado a comprar, caminaba resuelto y con determinación.
Por la tarde, de regreso de las compras, nuevamente el mismo perro, pero esta vez el tráfico había aumentado por la hora y me asustó pensar que lo podían atropellar. Esta idea me siguió dando vueltas y a medida que avanzaba la hora, más rollos me iba pasando, lo veía chico, perdido, solo. Creí haberle visto collar. Me lo imaginaba hambriento, asustado, en fin, mil cosas más. No lo pensé más, volví a mi casa, descargué el auto y regresé a la rotonda, sin comentárselo a nadie, además tomé la precaución de echarme en los bolsillos unos pellets de Marvin, mi perro, por si llegábamos a algún acuerdo con mi nuevo amigo, las conversaciones siempre suelen ser más entretenidas cuando compartes algo para comer.
Al frente de la rotonda, hay una bomba de bencina, donde me estacioné y comencé mi investigación. Según pude averiguar, el perro andaba dando vueltas por el barrio desde el día anterior, incluso, me dijo uno de los bomberos, “ayer, un cliente que vino a echar bencina lo vio y dijo que era de raza y trató de llevárselo, pero el perrito corrió a perderse, casi atropellan al caballero y ni pudo ni acercarse”. Les pregunté si tenía correa, porque ese era mi preocupación, que fuera de casa y estuviera perdido, pero nadie supo contestar.
En la otra esquina la señora que atiende un quiosco de diarios me dijo “hoy mismo dos niñas anduvieron tras él, pero el perla se les puso bravo, y hasta les gruño, así que se fueron”. El movimiento de autos a esa hora ya estaba notablemente agitado, por lo que mi amigo seguía corriendo un gran peligro.
Sin dudarlo, osada, cruce a la rotonda, no sin antes rogar por mi vida.
Y me propuse, buscar entre la vegetación hasta lograr nuestro encuentro. De pronto… ahí estaba, acurrucado, oculto entre las ramas. Poco a poco me acerqué, me agaché, me hinqué frente a él, nos miramos a los ojos y cuando me encontraba en la posición más humillante, me suena el celular, avisando que entro un mensaje, miro intentando no moverme mucho y leo:
“¿Dime que no eres tú?”…
No podía creer mi mala suerte!!!! Era la Titi, una amiga que justo cruzaba por esas calles en auto, y me descubrió.
-Le contesto, (siempre digna): “Soy yo, quién más”.
Ante lo cual me responde, cariñosa:
-Nadie puede tener por amiga, a una mujer más loca que tú. ¿Qué mierdas estás haciendo, casi de guata entre las ramas de una rotonda a las 6 de la tarde?…..
No le contesté, y por un momento tuve la secreta esperanza que haya seguido su camino. Yo por mi parte debía seguir con lo mío.
Era obvio que con esta conversación telefónica, toda mi estrategia de mujer ninja se fue a la mierda, y el perro decidió partir. Entonces diviso, justo en la mitad de la plaza una piedra, donde me senté, tal vez para darme aliento, o intentar pensar qué seguía. Estaba en esto cuando de reojo miro, y estaba él. Me observaba, desafiante, seguro de sí mismo, era casi intimidante. No tenía collar y su tamaño era muy diferente al que yo recordaba desde mi auto.
Recurrí a todo mi encanto, siempre supe que era gusto de perros, y ahora debía ponerlo a prueba una vez más. Como displicente le tiré uno de los pellets que guardé en mi bolsillo para darle por si hacíamos amistad, y él, poco a poco se fue acercando, entonces fui yo quien lo observó.
Se trataba de un perro canchero, de mundo, se veía bastante más grande de lo que yo lo había visto a la distancia, se manejaba con astucia y mucha seguridad, siguió caminando hacia a mí, le tiré otro bocado y así, poco a poco, fuimos entablando una conversación amenizada con las bocinas y frenazos del lugar.
No era joven, y se veía que había madurado en las calles, y en absoluta libertad, eso me tranquilizó. Incluso me permitió hacerle cariño, me movió la cola y me dio su aprobación, pero pensándolo bien, el agradecimiento de esta amistad fue mío, porque en todo momento me hizo sentir que la que andaba perdida era yo. Que su lugar era ese y que era él quién permitía que yo lo invadiera.
Me di cuenta que entre las ramas tenía un plato con comida, agua y una caja forrada a modo de casa. Por lo que la imagen de desvalido, no era tal. Me volvió a sonar el celular, pero esta vez no era WhatsApp, era en vivo y en directo. Levanto y escucho:
-Si crees que me iba a ir y te dejaría como una insana gateando en un lugar público, te equivocaste!!. Logré estacionarme y te estoy esperando en la bomba de bencina, así es que cruza que te espero”.
Me despedí de mi vagabundo amigo y me dispuse a obedecer a la Titi, que por cierto, no era una amiga cualquiera, era de esas tenaces, fieles y sumamente copuchentas, por lo que no me libraría de que se supiera con detalles antes de mañana en qué andaba metida la Valdi esta vez.
Me recibieron también como heroína los bomberos, que observaron de cerca y no se perdieron detalle de nuestra amena conversación con el lanudo, en mitad de la rotonda.
Al regresar a la casa, el único que reprochó mi salida fue sin duda el Marvin, de seguro porque me encontró olor a “perro vago” y eso no le gustó nada. Sin embargo debo reconocer que ese “perro vago” después de conocerlo, merecía mi más profundo respeto y toda la admiración de quién es libre y decide tomar la vida entre sus patas.
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